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  8.ESTUDIOS
 


EL JUEGO MÁS HERMOSO DE TODOS

 

Por Pablo F. Gowezniansky.

13/12/2007 06:49:00 p.m.

 

UNO. El ajedrez puede resultar una obsesión. Sus interminables posibilidades –cantidad de aperturas con variantes y sub variantes y ramificaciones de esas sub variantes y las infinitas combinaciones- pueden producir una peligrosa adicción. Una adicción obsesiva. Una adicción lindando con la reclusión. Con la hostilidad. Hay niños (traten de pensar en Fischer, por ejemplo, o en Hikaru Nakamura) que se desentienden por absoluto del mundo que los rodea y se centran únicamente en esas 64 casillas y esas 32 piezas blancas y negras, en ese juego que además de ser juego es un modo de vida, en esa vida que es un juego y que puede llamarse ajedrez.

 

Hoy por la mañana se jugó la primera partida de la final de la Copa Mundial, allá en Rusia, en ese pueblo llamado Khanty-Mansiysk. Shirov condujo el ejército blanco y Kamsky el negro. Y aquí la sorpresa que nos depara el mundial: Kamsky de la mano de su inmenso talento estudiando aperturas (posiblemente la partida de hoy haya “comenzado” en la movida 28); Kamsky contratando un ayudante por primera vez: Emil Sutovsky. Kamsky recluyéndose aún más en ese mundo circular del ajedrez. De estudiar, estudiar y estudiar. De dedicarle más tiempo para ambicionar más. De entender que el ajedrez es algo más que un juego, mucho más que un juego. De entender que el ajedrez puede ser una monomanía. Un mundo infinito.

Ya lo decía el magnífico escritor Stefan Zweig (un ruso, claro), allá por el año 1943, en su excelso libro llamado novela de ajedrez: “Toda mi vida me han intrigado los monomaníacos, las personas obsesionadas por una sola idea, pues cuanto más se limita uno, más se acerca por otro lado al infinito”; y dice aún más: “son precisamente estos seres en apariencia fuera del mundo los que, como termitas, saben construir en su ámbito una imagen reducida del mundo, única y extravagante”. Y sigo yo ahora: estos seres que saben hacer de su obsesión una ambición; de su ambición una forma de vivir. De su vida un juego.

Como tiene que ser.

 

DOS. No me resulta difícil imaginarme a estos dos monstruos del ajedrez –Shirov y Kamsky- como unos niños. Unos niños (imagínenselo) sentados ante un inmenso tablero de ajedrez. Un tablero tan gigante que las piezas apenas si pueden ser movidas con sus pequeños dedos. Y aún más: un mundo enorme sobre sus cabezas, sobre el tablero: un óvalo brillante con los océanos y los países y los marrones y azules y verdes y los demás colores.

Y claro: una partida de ajedrez que juegan desde los cinco años. Una partida en la que a veces pueden volver la pieza atrás y pensar de nuevo. Shirov desafiando la soberbia de Kasparov y estudiando aperturas. Kamsky valiéndose de sus ganas de hacer una carrera y estudiando abogacía y luego volviendo al ajedrez en el 2004 para intentar la fantástica hazaña. Esa hazaña que Karjakin una vez dijo, cuando a los doce años y siete meses se embolsilló el título de gran maestro, que la iba a conseguir a los prematuros diecisiéis años. Esa hazaña por la que Carlsen estudia infatigables horas diarias desde hace ya mucho tiempo. Esa hazaña que consume el sueño tanto de fanáticos amateurs como de profesionales experimentados. La hazaña de coronarse como la estrella suprema. La hazaña de sentir las rapaces miradas sobre uno. La hazaña de conquistar la inconquistable Copa Mundial. De ser el mejor. De ser único. Únicamente único.

 

TRES. Y quiero intentar fijar esa sensación del niño que va por primera vez a un club de ajedrez. Del niño que en su casa y en la escuela se desgañita jugando partidas y partidas y que por primera vez observa a esos hombres de contextura corpulenta, de pelo raso, de manos rápidas e intrépidas o lentas y oscilantes. Ese mundo que aparece ante los ojos como un cuadro fantásticamente enorme. El mundo del ajedrez. De los rivales y las opciones, del individualismo y la estrategia. Un submundo adentro del mundo, puede decirse. O un mundo más grande que el mundo real.

A eso se dedican muchas termitas, a intentar comprender ese submundo. A aprehenderlo, a poder sujetarlo aunque sea efímeramente entre los dedos; con un torneo exitoso, con una pequeña partida magistral, o quizás simplemente observando: apreciando el arte de otros artistas. De Murphy, por ejemplo. De Tahl, de Kasparov, de Fischer. O también de Shirov y Kamsky.

Y me gusta decir que el ajedrez es un deporte. Pero también me gusta decir que el ajedrez es una ciencia. Por supuesto, no voy a entrar en detalles en un tema que tan vastamente se ha estudiado, hablado y discutido. Sólo diré que la partida del día de hoy, pese a no haber tenido los fuegos de artificios que uno podría esperar de Shirov, ni la sangre innovadora de un jugador complejo como lo es Kamsky, demostró ser una pequeña prueba científica en sí misma. Aquel que pueda apreciar este deporte, que pueda valorar la obsesión, el estudio que hay detrás de cada movida; la inconmensurable comprensión táctica que tienen estos jugadores, entenderá de lo que estoy hablando.

Es así como Kamsky –y me repito una vez más: junto con todas sus enormes capacidades mentales- tuvo que destinar casi cincuenta minutos para estudiar una posición crítica y poder asimilarla en su inextricable complejidad. Hablo de la movida treinta, momento en que se limitaría la infinitud de la partida (si es que eso es posible). Cuando Kamsky jugó Axc4 y la partida volvió a comenzar. Y los seguidores pudimos apreciar el arte del genio. La obsesión detrás del cuerpo. El juego sobre la obsesión.

Y encima de todo eso, la vida.

 

CUATRO. Incontables veces se ha comparado al ajedrez con la vida (Kasparov, recientemente, publicó un libro titulado Cómo la vida imita al ajedrez). En muchas oportunidades se ha hablado de esa individualidad del ajedrecista que enfrenta a un rival determinado, ese ajedrecista/individuo que tiene que fijar una estrategia, que tiene que tomar decisiones que afectarán el rumbo de la partida, y que cada pequeña decisión que tome significará un éxito o un fracaso. Parcial o definitivo. Y es por eso –por esa semejanza entre el ajedrez y la vida- que es tan recomendable acercar a los niños a este deporte. Teniendo en cuenta, además, que se dinamiza muchísimo la capacidad de abstracción y por lo tanto la capacidad de concentración.

Es altamente probable que –y por más que a Stefan Zweig le fascinara la monomanía- no sea conveniente incitar a un niño a fijar sus ambiciones en un solo campo. Los hay y los habrá niños que lo hagan y se destaquen y sean reconocidos y demás (quizás Nakamura sea uno de ellos). Y los hay y los habrá que se frustren y fracasen y se sientan de golpe débiles ante ese mundo que es más que una sola actividad. Y no quiero irme al extremo, tampoco, de esa popular frase: el que mucho abarca poco aprieta; quiero dejar las cosas en los grises. En lo saludable de tener un poco de diversidad, de tener siempre varios horizontes para afrontar y para sostenerse en el caso de que algo falle. La vida tiene que ser un equilibrio. Ha habido genios del ajedrez que jamás lo encontraron. Fischer jamás lo encontró, por ejemplo.

Y quiero permitir contradecirme apenas y decir que es bueno obsesionarse, que es muy bueno ambicionar; que es fantástico que miles de fanáticos alrededor del mundo sigan en vivo las partidas de la Copa Mundial y que puedan aferrarse a la pantalla y al ajedrez y a las ganas de llegar a estar, alguna vez, en ese mismo lugar. Allí, en Khanty-Mansiysk o en cualquier otro sitio, peleando por un poco de reconocimiento personal.

Estoy convencido de que Stefan Zweig tiene toda la razón. Mientras más se limita uno, más se acerca al infinito. Más cerca se está de poder entenderlo todo. Y espero que Kamsky y Shirov sigan demostrando eso: que no se les escapa nada, que son amos absolutos de lo que sucede en las partidas.

Y espero que así y todo alguno pueda vencer al otro con alguna monstruosa combinación.

Y que los fanáticos aplaudamos a rabiar.

Y que el próximo Campeón del Mundo nos demuestre que la vida también hay que jugarla.

Porque la vida es el juego más hermoso de todos.



Gambito de Rey. Variante Breyer [C33]
 
 

Después de los movimientos 1.e4 e5 2.f4 exf4, las blancas disponen aún de otras posibilidades, además de 3.Cf3 y 3.Ac4, posibilidades, empero, que se emplean muy raramente.

3.Df3 Una continuación recomendada por Breyer, pero que a causa de los análisis de Maróczy ha desaparecido casi por completo en la práctica magistral.

3...Cc6

La idea de Breyer se examina en la variante 3...Dh4+ 4.g3 fxg3 5.hxg3 Df6 6.Cc3 Dxf3 7.Cxf3, donde las blancas consiguen, a cambio de su material sacrificado, una fuerte presión.

Menos fuerte es también 3...d5, a causa de 4.exd5 Cf6 5.Ab5+ Cbd7 (Después de 5...Ad7 6.Cc3 Ab4 7.Cge2 0-0 8.Axd7 Cbxd7 9.0-0 Cb6 10.Cxf4, tuvieron alguna ventaja las blancas en la partida Reti - Rubinstein, Estocolmo, 1919), 6.Cc3 Ad6 7.d4 (Es mejor, inmediatamente, 7.Cge2 0-0 8.0-0), 7...0-0 8.Cge2 Cb6 9.0-0 Ag4 10.Df2 (Partida de consulta Reti, Bogoljubov y Spielmann, contra aficionados suecos, Estocolmo, 1919), y ahora podrían las negras con 10...Af5 11.Cxf4 a6, conseguir alguna ventaja.

4.c3

A 4.Ce2 responden las negras obteniendo un buen juego con 4...d5, pero relativamente mejor es la jugada recomendada por Tartakower, 4.Dxf4. Por ejemplo: 4...d5 (también ha de tenerse en cuenta 4...Cf6), 5.exd5 Cb4 6.De4+ De7 (mejor es, seguramente, 6...Ae7), 7.Dxe7+ Axe7 8.Rd1, y las blancas a duras penas pueden alcanzar la igualada.

4...Cf6

No es buena 4...d5, a causa de 5.exd5 Ce5 6.Ab5+, seguida de 7.De2, etc.

5.d4 d5 6.e5 Ce4 7.Axf4

El interesante sacrificio de la Dama 7.Ab5 Dh4+ 8.Rf1 g5 9.Cd2 Ag4 10.Cxe4! (Spielmann - Möller, Göteborg, 1920), pueden eludirlos las negras simplemente con 9...Af5, quedando con buen juego.

7...f6

Es bueno también 7...Ae7 8.Cd2 f5 9.exf6 Cxf6 10.Ad3 0-0, etc. (Spielmann - Grünfeld, Baden - Baden, 1925).

8.Ab5

A 8.Ad3 pueden replicar las negras, además de con el sacrificio del peón 8...fxe5 9.Axe4 fxe5 10.Dxe4, simplemente también con 8...Af5.

8...Ae7 9.exf6 Axf6

Las negras están mejor, como muestran los siguientes ejemplos:

  1. 10.Ce2 0-0 11.0-0 g5! 12.Axc6 bxc6 13.Ae5, partida Spielmann - Tarrasch, Göteborg, 1919, y ahora se aseguraron las negras una clara superioridad con 13...Aa6 14.Dg4 De7.
  2. 10.Cd2 Cxd2 11.Rxd2 (O 11.Axd2 0-0), 11...0-0 12.Ce2 Ae6 13.Tae1 Dd7 14.Dg3 Tf7 y también aquí las negras tienen la iniciativa (Keres - Johansson, partida a distancia, 1937 - 1939).


    ¿Cómo se calcula el Bucholz Fide?

     

     

        Las reglamentaciones que publica FIDE sobre el cálculo del Bucholz son bastante escuetas, al igual que la bibliografía sobre el particular. Debido a eso, tanto los árbitros como los programadores han adoptado distintos criterios.

        Como sabemos, el Bucholz de un jugador es la suma de los puntajes obtenidos por los rivales que tuvo dicho jugador a lo largo del torneo.

        La diferencia entre el Bucholz Standard y el Bucholz FIDE radica en el tratamiento que se da a las partidas definidas sin jugar (bye o por ausencia). El Bucholz FIDE considera "tablas" a todas las partidas definidas sin jugar (bye o por ausencia). Por ejemplo, si uno de mis rivales totalizó 5 puntos pero una partida la ganó por ausencia, para mi Bucholz sumará 4.5 puntos; si otro de mis rivales totalizó 3 puntos pero perdió una partida por ausencia, para mi Bucholz sumará 3.5 puntos.

    En un ejemplo concreto, Antonio Orsini sumó 48,0 puntos de Bucholz durante la Semifinal Superior 2006 porque uno de sus rivales ganó su última partida por ausencia, totalizando 3 puntos; pero, para el Bucholz de Orsini, el puntaje de dicho jugador será de 2,5 (la partida por ausencia se considera tablas).

        Hasta ahí, todos los programas hacen cálculos idénticos. El problema radica en las propias partidas definidas sin jugar. Es entonces cuando los criterios difieren grandemente: por un lado está el Swiss Perfect y por el otro los programas oficiales como el Protos, el Swiss Master, etc.

        Consideremos dos posibilidades:

    1. Si gano una partida por ausencia.

      1. Swiss Perfect cuenta los puntos del rival que debí tener y le suma medio punto (como si la partida hubiese sido tablas).

      2. Swiss Master y Protos consideran que no tuve rival, por lo que suman mis puntos finales menos medio punto (como si la partida hubiese sido tablas).

    2. Si gano un punto por bye.

      1. Swiss Perfect me suma la mitad de los puntos posibles (4,5 para un torneo de 9 partidas)

      2. Swiss Master y Protos suman mis propios puntos menos medio, como en el caso anterior.

      Por ejemplo, si dos jugadores participan en un torneo a 5 rondas, hacen tablas entre ellos y ganan las otras 4 partidas por ausencia: Para el Swiss Master y el Protos ambos tendrán el mismo Bucholz Fide (12,5). Para el Swiss Perfect el Bucholz dependerá de las actuaciones de los jugadores a quienes les ganaron por ausencia.

        Como puede imaginarse, la elección del criterio en la clasificación puede afectar intereses económicos y deportivos, dando lugar a duras controversias.

        En nuestro afán por aclarar este tema, nos dirigimos a la Comisión de Reglas de FIDE, recibiendo la gentil respuesta de su titular, el AI Geurt Gijssen (transcribimos su e-mail al final de esta nota).

    Nos manifiesta que  lo correcto es usar el criterio del Swiss Master; pero cada árbitro tiene derecho a adoptar el criterio del Swiss Perfect, siempre y cuando se aclare detalladamente antes del comienzo del torneo.

    Acotación al margen: Es común otorgar hasta tres bye de medio punto en torneos abiertos. Esto produce distorsiones muy grandes en el Bucholz (Standard o Fide, con Swiss Perfect o Swiss Master). Si se usa Standard se penaliza demasiado a quien pidió bye y si se usa Fide se lo premia.  Como el bye de medio punto no es reglamentario, no hay criterio oficial.   Sugerimos probar el siguiente sistema: Dar al que pide bye la mitad  de sus propios puntos.

 
   
 
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